martes, 31 de enero de 2012

Esto es casi como un hijo


Hoy quiero mostraros el videoblog de El Club de las Madres Felices, que es casi, casi como un hijo para mí - ya os conté como empezó todo hace justo un año. Es trabajo, es esfuerzo, pero es también ilusión, pasión y sobre todo es tener la suerte de trabajaar en algo en lo que crees, con gente estupenda.

Gracias Suavinex, gracias Silvia, gracias Laura y gracias a todos... me estoy pareciendo a Nati Abascal, no? Os quiero a todos...

¿Qué os parece? ¿Os gusta?

jueves, 26 de enero de 2012

Madre coraje o ¡qué coraje de madre!



Así me siento yo, a veces me falta darme besos al pensar en lo buena madre que soy, en el niño tan simpático y listo que tengo y, en que todo lo bueno que es él, debe deberse - al menos en alguna medida- a su padre y a mí. 

Pero otras, me siento un fracaso, una persona perdida en la tarea de ser madre, que consiente a su hijo, que lo sobre protege y que, por pura vaguería, lo deja hacer lo que quiera…

La línea entre lo que está bien y lo que está mal en la maternidad es tan sumamente delgada que asusta y, el rasero de medir depende tanto de cada uno, que a mí me han llegado a acusar, en un mismo día, de ser muy estricta con mi niño y horas más tarde de no tener disciplina ninguna en casa. 
 
Además, para marcar un rumbo fijo en la educación hay que tenerlo muy claro y, a veces, es casi imposible. No nacemos sabiendo, no recibimos ninguna formación específica, los expertos se contradicen, y lo que es peor, las madres y las suegras se contradicen… pero tú tienes el timón que marcará la vida de tu hijo en las manos y un fallo te puede costar tan caro… 

En estos días de desasosiego educacional en los que vivo, mi mantra es el siguiente: con amor esto no puede ir mal, con dedicación esto no puede ir mal, con atención esto no puede ir mal… o eso espero.

miércoles, 25 de enero de 2012

Me desvelan mis desvelos


Como a la lactancia prolongada, llegué al colecho por comodidad y luego llegó la convicción. Esta declaración de principios no me convierte, desde luego, en una guía espiritual ni modelo de moral de la maternidad consciente para nadie – ni lo pretendo.

Tras 28 meses de lactancia, decidí unilateralmente que ya no me sentía cómoda con esa opción, que mi niño había tenido teta suficiente y que era mejor para ambos parar en aquel punto. Si me pedís un argumento sólido sobre la que basar aquella decisión, efectivamente no lo tengo, sólo puedo decir que al igual que decidí con mis entrañas dar de mamar a mi niño hasta casi los 2 años y medio, decidí con mis vísceras parar ahí.

Me temo que con el colecho las cosas se van a suceder de la misma manera, la cuestión es que en esta ocasión sí tengo motivos que argumentan mi decisión, que aún no está tomada definitivamente y que quizás va a depender en mayor medida de mi niño que la cuestión de la lactancia.

Ahora estoy embarazada, duermo peor, mi niño es más grande y la cama se hace más pequeña, nuestro dormitorio es pequeño y la opción de una cama anexa a la nuestra es compleja... y además mi niño últimamente ronca como un señor mayor... total, que daría cualquier cosa por que durmiera del tirón, porque se quedara en su cama, pero por ahora parece imposible (y que ningún despistada@ me sugeria un Estivill, eh?).

Hasta ahora para mi era un verdadero placer dormir los 3 juntos. En muchas ocasiones he pensado que me gustaba más a mi que a él dormir abrazados, me da paz, me da tranquilidad, me da calor, y sentirlo a mi lado mientras duerme es la mejor sensación que pueda tener. Pero desde que veo más cerca el nacimiento de mi bebé, de mi chico, siento más inviable la opción de compartir la cama con mis 3 hombres.

Está la opción de echar a papá, pero eso sí que no me parece bien. En la casa, en la familia e incluso en el coche cada uno tiene su sitio y, en mi opinión, debe ocuparlo. Eso no quita que para que en el sitio que “en teoría” está asignado a mamá y/o papá se le haga un hueco a nuestros hijos en un momento determinado, por una cuestión específica, por una necesidad real. Pero, eso sí, una vez más en mi opinión, nunca debe significar, desplazar a la persona a la que le corresponde ese lugar “legítimamente”. Os pongo un ejemplo, nunca me han gustado esa situación en las que las madres ceden el asiento de copiloto a sus hijos adolescentes, que casi por narices quieren sentarse delante para decir que ya son mayores. Quizás esta es una reflexión insustancial, anecdótica, fruto de experiencias vividas (no en mi familia, pero sí cercanas) que me ha dejado huella y que, por no sé bien qué motivo, llevo grabado en mi ADN... en fin... creo que el dormir poco me está afectando ¿no creéis?

En esta ocasión os pido consejo... ¿Cómo lo veis? ¿Cómo le damos solución a esto? ¿Cómo hacemos para que todos durmamos bien? ¿Cómo hacemos para no desplazar a mi niño por el nacimiento de su hermano? Ojalá tuviera la cama de la foto... las cosas serían más fácil y optaría sin duda por el colecho sin fin... pero la sociedad de hoy, los pisos de hoy, las camas de hoy...te llevan a  tomar decisiones en las que no siempre crees al 100%.

miércoles, 18 de enero de 2012

Cuando seas madre lo entenderás...

Mi niño está dejando de ser un bebé, para ser un chico. Está dejando de relacionarse con los demás de manera “primitiva” para adentrarse en el sutil, y no siempre grato, mundo de la aceptación social.

En la clásica pirámide de Maslow, habría superado las necesidades más básicas: la fisiológica y la de seguridad (en esta última espero haber contribuido en algo), para estar inmerso en la afiliación y empezando a “sufrir” la del reconocimiento.

Pero, dejando a un lado esta clase de psicología barata, pasemos a los hechos: tengo ganas de estrangular a un tal Antonio - nombre figurado para evitar susceptibilidades. Ese maldito niño del demonio martiriza a mi hijo diciéndole que es malo y que es tonto porque se sale al colorear. 

Mis más bajos instintos se remueven y, si no fuera políticamente incorrecto (y me temo que ilegal), me hubiese lanzado a darle un accidental golpe al tal Antonio cuando mi niño, entre lágrimas, me decía: - ¡¡¡¡Mamá yo no soy malo y Antonio dice que yo soy maaaaaalo!!!!

Quizás como todas las madres, pienso que mi hijo es especialmente sensible, lo veo tan tierno, tan ingenuo, que sólo pienso en evitarle cualquier cosa que le haga daño. En ese sentido, hasta ahora, mi único temor era que se sintiera desprotegido en el cole o que pudieran pegarle… pero ahora me doy cuenta de que una patada o un empujón entre compañeros son casi más sanos que algunas palabras.

También sé que mi niño no es un santo y que sabe defenderse, y no te digo yo que no le hayan caído una o dos patadas en la espinilla al tal Antonio (¡Ole mi niño!) – nota mental: avisar a mi psiquiatra de estos brotes agresivos- pero aún así, me duele en lo más profundo que alguien pueda hacerle daño - ese daño fino, agudo, como una agujita, que duele en el alma… - ese daño que a él le dolía tanto la otra noche, cuando me contaba que su compañero le había llamado malo.

Sé que esto no es nada, sé que me queda mucho por sufrir (y también por disfrutar con mi niño… y con el que viene), pero existen grandes verdades en el universo que, por repetidas, no han perdido su valor: como un hijo no duele nada y cuando seas madre, lo comprenderás.