viernes, 10 de febrero de 2012

No existen consejos para parir


Estoy buscando respuestas que no encuentro y, no las encuentro, porque no existen. En estos meses previos a dar a luz estoy empapándome del saber de toda aquella persona que siento que me puede ayuda a traer al mundo de una manera más feliz a mi niño chico -  que a partir de ahora llamaré “mi chico”, en referencia a mi hijo pequeño (en mi tierra las madres hablan así de sus hijos: mi grande, mi chico, mi mediano…). 

Así, si cuando nació mi grande fueron los libros y los blogs los que me hicieron ver la luz – o al menos atisbarla – esta vez busco la sabiduría humana y araño respuestas de mujeres sabias como mi amiga Mama sin complejos, o mi último descubrimiento, mi profe de yoga prenatal. Ellas coinciden en que no hay pautas, no hay consejos para parir, sólo algunas recomendaciones que se resumen en una sola: vuelve a ser salvaje, confía en tu instinto.

Así me hablan de la oxitocina, la hormona del amor, imprescindible en el parto, una sustancia muy tímida, que necesita recogimiento, oscuridad, intimidad… ambas afirman que debemos huir de la adrenalina, la enemiga feroz de la oxitocina, que la anula y la paraliza, frenando el parto en previsión del peligro y la alerta. 

Me insisten también en el cariño que necesitaré recibir de mi pareja, que debe ser amor más allá del apoyo verbal o físico. Él debe ser mi sustento, mi defensa frente al exterior, el guardián de mi recogimiento.  Él deberá ser el encargado de mi parte racional, de contestar preguntas de terceros, de la suegra, de los médicos, de las odiosas visitas, dejándome a mí a solas conmigo  y con el nacimiento de mi bebé. 

En definitiva, me invitan a hacer el ejercicio de eliminar mi parte racional y controladora y a dejarme llevar por ese saber que llevamos las mujeres en nuestro interior, esa salvaje que somos todas, primitas e intuitivas que nos ayudará a parir sin necesidad de contar las contracciones, de respirar como nos dijo la matrona, de empujar así o asao, de protocolos, de formalismos, de artificios… ¡a gritar para empujar!

Su falta de respuestas ha sido mi mejor ayuda. ¡Gracias a las dos chicas!

lunes, 6 de febrero de 2012

Gratas sorpresas en la Fundación Jiménez Díaz



El capitalismo y el consumismo tienen su lado bueno, que os lo digo yo – que de eso entiendo - sin ironía ninguna. La ley del mercado te obliga a ser el más amable, el más sonriente, el más moderno, el más comprensivo, el que más se alinea con tus necesidades para que te elijan, para ser tú el buda máster, el que se lleva el gato al agua... Este es el caso de la Fundación Jiménez Díaz (FJM), un hospital de gestión privada que da servicio al sistema sanitario público de la Comunidad de Madrid, el de nuestra amiga Espe, vaya.

Pues bien, el viernes nos plantamos allí a hacer una visita a las instalaciones - que ya conocíamos, mi niño nació allí hace 3 años y medio - y salí con la boca abierta, muy abierta, gratamente sorprendida pero, como en el chiste, me preguntaba: ¿seré yo mi "arma"?, ¿seré yo la malpensada que le busco los 3 pies al gato y se los encuentro?  

Pues no lo sé, esa duda la dejo abierta para quien me pueda ratificar o desmentir la siguiente afirmación: Este es el rollo de sistema de libre elección sanitaria de la Comunidad de Madrid, que te permite elegir el especialista y el hospital en el que quieres ser atendido. De esta forma,  la FJD necesita hacer sus labores de marketing para pasar cuantas más facturitas mejor a nuestra amiga Esperanza…  ¿Cómo lo veis? ¿Será eso?

Pues en honor a la verdad, allí todo fueron sonrisas, colaboración y buena voluntad (real o de marketing). Desde la buena organización de la charla previa, en la que escuchamos a todo el personal implicado en un parto y en el posterior puerperio: matronas, pediatra, anestesista y ginecólogo, donde repasaron el recorrido que nuestros niños y nosotras mismas haríamos en el hospital, hasta los conceptos que se barajaron como apego, lactancia materna temprana, piel con piel... 

Todo esto no habría sido demasiado disonante si no hubiese vivido allí una experiencia personal no demasiado grata, cuando nacio mi niño. En la que me devolvieron a casa porque no estaba aún de parto con una frase lapidaria: - No vuelvas hasta que no te dobles de dolor; En la que pude disfrutar  de lavativa y episiotomía de las guapas; En la que sufrí la ausencia de mi niño durante sus primeras dos horas de vida con su posterior “enchufe” a un biberón porque si lloraba tenía hambre y debíamos darle una "ayuda"– menos mal que nada pudo con su afición a la teta y pudimos disfrutar de nuestra lactancia durante 2 añitos y medio más.

Pero ¿a que no sabéis lo que más me escamó de todo? ¿lo que definitivamente me hizo sospechar de una conjura marketiniano – comercial? Pues algo sencillo, modesto, pero raro-raro en un hospital… nos dieron un refrigerio. Sí, unas sencillas aguas, zumos, frutas y galletas… una deferencia al batallón de madres que estábamos allí a las 2 de la tarde. Me quedé loca por lo inusual, por lo delicado, por lo amable…

Pero, siendo objetiva y en honor a la verdad, debo decir que estoy contenta, que me encanta el cambio, que es justo lo que yo quería para mi niño y para mí: nada de episiotomía, nada de rasurado, ni lavativa, piel con piel, lactancia a tope, puedo andar, puedo beber, tengo la posibilidad de usar pelotas para pasar la dilatación, puedo elegir entre diferentes posturas para parir (nada revolucionario pero dando algo más de margen a la típica posición de parto), existe la posibilidad de analgesia alternativa… 

Bueno, bien… no hay bañeras, te comes tu vía y tu oxitocina artificial, no se puede parir de pie, el discurso tampoco es revolucionario, pero al menos los chicos de Capio lo están intentando. 

¡Enhorabuena! parece que la cosa cambia, aunque sea a base de consumismo… bendito consumismo, lo dicho: ¡viva el mal, viva el capital!